jueves, 18 de abril de 2024

Más razones para la esperanza


Anoche, a las 23,52, me llegó un mensaje al móvil. Ya estaba en la cama, pero lo leí por si se trataba de algo grave. Venía de Piotr, el provincial claretiano de Polonia. Decía simplemente: “REAL!!!”. Enseguida intuí que era su manera escueta de decirme que el Real Madrid había derrotado al Manchester City en las semifinales de la Champions. Comprobé la noticia en algunos periódicos digitales. Era cierto. La prolongada igualdad entre los dos equipos (3-3 en Madrid y 1-1 en Manchester) se había decantado a favor del Real Madrid en la tanda de penaltis. Dormí tranquilo, aunque sin tomarme una cerveza para celebrar el triunfo del equipo blanco, como prometió hacer Carlo Ancelotti. 

Supongo que anoche millones de personas en todo el mundo se sintieron frustradas y otros millones soñaron que es posible una 15ª copa de Europa para el Real Madrid. ¿Por qué el fútbol levanta tantas pasiones? No acabo de comprenderlo bien, pero es la versión más civilizada de la guerra. Se ve que todos llevamos un bélico dentro. Con el paso de los siglos lo hemos ido domesticando un poco, pero nunca acabamos de eliminarlo. Nos gusta luchar, competir y, si es posible, vencer al contrario. Se puede hacer con una espada o una metralleta en la mano. A falta de esos instrumentos, basta una pelota en los pies. Y muchos millones de euros en juego. ¡Que no pare la fiesta!


Hoy es el último día del cursillo que estoy dando en Polonia. Mañana viajo a Roma vía Varsovia. La temperatura ha caído en picado. Estamos a 1 o 2 grados. Dentro de esta inmensa y hermosa casa de retiros se está bien. Está preparada para el invierno. Como siempre, me pregunto por la eficacia de estas jornadas de formación permanente. ¿Cómo inciden en el día a día de todos nosotros? Llegados a cierta edad, todos nos petrificamos un poco. Nos cuesta sobremanera alterar nuestras rutinas. Consideramos que ya hemos hecho lo que teníamos que hacer. No vemos la necesidad de introducir ningún cambio en nuestra vida. 

La mayoría de las personas hacen suyo el refrán: “Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”. No siempre coinciden con las mayores. Me sorprendo a menudo cuando veo que algunos de los jóvenes son los más conservadores. Es un fenómeno curioso de esta cultura VICA. En tiempos de volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad (VICA), tendemos a agarrarnos a un clavo ardiendo. Nos dan miedo los cambios, buscamos seguridades, algo a lo que atenernos.


Me llaman la atención las palabras de Jesús con las que cierra el evangelio de hoy: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo”. Jesús se presenta como luz, agua, camino, verdad, vida, puerta, pastor… Y como “pan vivo”, como aquel que puede alimentar nuestra hambre de verdad y sentido… para siempre. En Jesús encontramos esa estabilidad radical que nos permite afrontar los vaivenes de la vida sin sentirnos amenazados. 

Cuando sabemos que él es “la vida del mundo” no necesitamos buscar otros sucedáneos. Tenemos la seguridad de estar alimentados por el único alimento que no perece, que nos da vida eterna. Por lo general, las personas que más se fían de Jesús son las más audaces a la hora de afrontar las encrucijadas de la vida. Saben que vivimos un mundo VICA, pero no se vienen abajo. No hay etapa histórica, por compleja que aparezca, que se le escape al Resucitado de las manos. Hay más motivos para la esperanza que para la desesperación.

martes, 16 de abril de 2024

Primavera variable


Desde mi balcón veo un prado verdísimo y árboles con hojas nuevas. La temperatura ha caído en picado, pero dentro se está muy bien. Las casas polacas están preparadas para el frío. Escribo la entrada de hoy a trompicones. El horario de trabajo me deja poco tiempo libre. Para colmo, desde Madrid me llegan requerimientos que me obligan a prestarles atención. En algún momento he odiado el WhatsApp, pero así es la vida moderna. Estemos donde estemos, siempre estamos -para bien y para mal- localizables. 

Cada una de las cuatro conferencias diarias -transmitidas por streaming a los misioneros de Siberia y de otras comunidades que no pueden estar presentes- parece una película con subtítulos. Yo hablo en español todo lo despacio y claro que puedo (hay bastantes que entienden y hablan la lengua) y proyecto las diapositivas en polaco, de modo que todos pueden seguir el contenido en su lengua materna. El experimento está funcionando bien. Cuando a veces me salgo del guion, hay un polaco que realiza la traducción consecutiva. Este procedimiento me obliga a ir a lo esencial, ser preciso y conciso, evitar anacolutos, giros innecesarios y jerga castellana. Se pierde espontaneidad, pero se gana claridad y tiempo.


Polonia está viviendo una etapa de contrastes.
Recuerdo que la primera vez que visité el país en el ya lejano 1997, la casa de formación estaba repleta de jóvenes estudiantes de teología. De hecho, tuvieron que alquilar una casa contigua para acogerlos a todos. Eran cerca de 50. Hoy son solo 3, uno de ellos bielorruso. La escasez vocacional, tanto en los seminarios diocesanos como en los centros formativos de los religiosos, es llamativa. La homogeneización con la Europa occidental es cada vez mayor, tanto en sus aspectos positivos como negativos. La “excepción polaca” cada vez es menos excepcional. 

Los jóvenes respiran otro aire. Ya no saben nada de la etapa comunista. No tienen que defender la fe frente a quienes la impugnan. Se pueden permitir “jugar” con ella sin percibir las consecuencias. Europa tampoco es el ogro del que hay que defenderse a toda costa porque representa el cansancio, la ancianidad y la decadencia moral. Percibo en todos más flexibilidad y quizás un punto de resignación y comodidad.


Hablando con algunos que vienen de Rusia, he comprendido un poco mejor el “enigma Putin” y lo que hay detrás de la guerra en Ucrania. Aparte de su deseo de recuperar la gran Rusia, hay también fuertes e inconfesados intereses occidentales en todo lo que está sucediendo. Creo que el papa Francisco lo sabe. Por eso, su posición no es tan tajante como la que exhiben la mayoría de los medios de comunicación europeos y americanos. El drama es que, en este juego de intereses, miles de personas de uno y otro bando están muriendo. Serán otros los que se beneficien de este conflicto incomprensible. 

Una vez más, la realidad es más gris y matizada de lo que nos gustaría. Lo que ocurre es que casi nunca se presenta de manera objetiva. Dependemos, en buena medida, de los filtros de los medios de comunicación. Ya sabemos que todos, aunque se tilden de independientes, se deben a sus amos. No es fácil formarse una opinión objetiva cuando las fuentes están contaminadas. Por eso, es bueno escuchar los testimonios de personas que están en el terreno. En esta asamblea tenemos misioneros que viven en Rusia y en Ucrania, que están en contacto directo con la gente. Sus voces tienen a menudo más valor que las que se difunden a través de los grandes medios internacionales.

lunes, 15 de abril de 2024

Danos la paz


Estoy en el Centro de Encuentros que los claretianos de Polonia tienen en una pequeña aldea llamada Krzydlina Mała, a poco más de una hora de Breslavia. Es un lugar tranquilo, rabiosamente verde y muy acogedor. Esta tarde empezamos el curso que voy a dirigir a un grupo de 32 misioneros. Mientras nosotros disfrutamos de paz (un eco de la paz que ayer deseaba el Resucitado a sus discípulos), en el mundo soplan vientos de guerra. Los ataques de Irán a Israel no presagian nada bueno. Conociendo la estrategia israelí, la respuesta no será inmediata, pero sí contundente. 

El volcán de Oriente medio no debe hacernos olvidar la guerra en Ucrania. Aquí en Polonia se vive con mucha preocupación, no solo por los miles de refugiados ucranianos que han encontrado asilo en este país, sino porque los polacos temen, que, tarde o temprano, Rusia siga su avance hacia el flanco occidental. De hecho, según me decía ayer un obispo auxiliar de Breslavia, hay bastantes habitantes de Varsovia que están comprando propiedades en esta zona suroriental del país porque, en caso de invasión rusa, les parece más segura que la capital.


El alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, el español Josep Borrell, considera que “estamos al borde del precipicio”. Cada vez son más las voces que hablan de un peligroso camino “hacia la tercera (y última) guerra mundial”. En España y Latinoamérica no se vive mucho esta preocupación, pero en la Europa central y oriental es el pan nuestro de cada día. 

Ayer mismo, un profesor universitario ya jubilado, me decía que Putin busca obsesivamente recuperar la grandeza de la Rusia imperial, que quiere pasar a la historia como el líder que ha levantado a la Gran Rusia de la humillación sufrida tras la caída del comunismo, y que no va a cejar en su empeño. No busca tanto ganar territoritos o dinero, sino prestigio y admiración. Quizás es un punto de vista demasiado polaco, pero no conviene desoír estas voces. Los eslavos tienen más claves históricas y culturales para entender lo que está pasando en la zona.


En este contexto bélico resuena con más fuerza el saludo del Resucitado al mundo: ¡Shalom! Los cristianos no podemos permanecer indiferentes, esperando a ver qué pasa. Necesitamos ser testigos y artesanos de paz antes de que sea demasiado tarde. Por desgracia, también nosotros estamos enmarañados en una violencia ideológica y verbal que nos resta credibilidad y fuerza. Frente al rearme de nuestros países, tendríamos que levantar una voz profética. Es legítima la justa defensa, pero antes hay que hacer lo imposible por evitar cualquier conflagración. 

Una guerra en pleno siglo XXI es un fenómeno de consecuencias imprevisibles y siempre devastadoras. No ganaremos nada con una temida tercera guerra mundial y perderemos mucho, quizás casi todo. Desde este lugar, que ha sido escenario de muchas batallas a lo largo de la historia, siento un fuerte impulso a orar por la paz, a pedirle a Cristo que nos ayude a no caer en la tentación de la guerra: “Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la paz”.

domingo, 14 de abril de 2024

Les abrió el entendimiento


Parece que este año la primavera lleva casi un mes de adelanto en Polonia. De hecho, todos los árboles están ya cubiertos de hojas frescas. Abundan las flores y los sembrados de alfalfa llenos de flores amarillas. Ayer y hoy estamos teniendo un tiempo casi veraniego. La gente va en pantalón corto. Para mañana se prevén cambios. Volverán el frío y la lluvia. 

Acabo de concelebrar la misa dominical en la parroquia de san Lorenzo, regentada por los claretianos. Desde mi teléfono móvil he podido seguir las lecturas porque mi conocimiento del polaco es casi nulo, a pesar de que he visitado varias veces este país. Me ha llamado la atención la gran pantalla de televisión en la que los feligreses podían ver las letras de los cantos y otras respuestas litúrgicas. Así se facilita la participación y se ahorra papel. Un organista joven se encargaba de acompañar los cantos. A las nueve de la mañana predominaba la gente mayor. Los niños y jóvenes suelen acudir a otras horas. A las ocho de la tarde hay una misa especial para estudiantes universitarios.


El evangelio de este III Domingo de Pascua es una prolongación del relato del encuentro de Jesús con los dos discípulos que caminaban a Emaús. De hecho, a modo de eslabón, comienza con el versículo final del relato: “Contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan”. Lo que sucede luego es un fenómeno comunitario. Mientras la comunidad de Jerusalén está hablando sobre lo acaecido a dos de los suyos en el camino de Emaús, Jesús se hace presente en medio de ellos y los saluda con el “shalom” (paz) que resume todos los bienes mesiánicos. 

La reacción de los discípulos es de extrañeza y miedo: “Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma”. Lucas está escribiendo su evangelio para creyentes que provienen, sobre todo, de la gentilidad. ¿Cómo explicarles que Jesús no es un mero muerto devuelto a la vida (como Lázaro) y mucho menos un espíritu fantasmagórico? Para la cultura griega, los muertos no comen. Por eso, es importante mostrar que Jesús, el Viviente, come con los suyos. Las comidas del Resucitado prolongan las comidas del Jesús terreno como signo de solidaridad, pero, sobre todo, acentúan que está vivo.


En el relato de Emaús, Jesús primero les explica las Escrituras a los dos discípulos viandantes y luego come con ellos. En esta ocasión, primero come y luego les explica las Escrituras. En ambos casos, se habla de las dos mesas (la Palabra y la Eucaristía) en las que los cristianos de todos los tiempos podemos encontrarnos con el Jesús resucitado. Hoy me llama la atención un versículo que no pierde actualidad: “Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras”. 

¿No es cierto que también nosotros, cuando leemos las Escrituras, tenemos con frecuencia la impresión de no entender nada? Es como si nuestra mente estuviera embotada, como si las palabras nos resbalaran sin penetrar en nosotros. Necesitamos que Jesús “nos abra el entendimiento” o “haga que arda nuestro corazón” para que captemos el verdadero sentido de su vida y de su muerte. Es este uno de los frutos más visibles del tiempo de Pascua: la posibilidad de comprender lo que ha sucedido, que -como dice Jesús- “todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse”.



sábado, 13 de abril de 2024

El mundo de la noche


Son las 7 de la mañana. Fuera hace 9 grados. Estoy en la T2 del aeropuerto de Madrid. Dentro de una hora sale mi vuelo para Frankfurt. Es solo una escala en mi viaje a Wrocław, en el suroeste de Polonia. He llegado al aeropuerto en metro. Hacía tiempo que no tomaba el primer servicio de la mañana. Me ha extrañado el gran número de jóvenes que regresaba a casa después de una noche de jolgorio. Algunos parecían borrachos. Todos tenían cara de cansancio y un rictus de tristeza. Es probable que la mayoría sueñe con el fin de semana como el paraíso del placer en medio de una vida rutinaria y un poco gris. Quizá es lo típico de la juventud. 

En mi vagón viajaban también cuatro religiosas latinoamericanas que han venido al aeropuerto. Uno de los jóvenes se ha dirigido a ellas. Les ha dicho que en su barrio había un convento de monjas. Me ha parecido que lo hacía en tono respetuoso. Otros compañeros se reían. No parece normal encontrarse con unas religiosas en el metro a las 6,30 de la mañana. Era evidente que ellas no venían de ninguna fiesta nocturna, sino que se disponían a viajar con sus mochilas al hombro.


¿Cómo es el mundo de la noche? Mientras la mayoría dormimos, hay personas que se divierten en fiestas de todo tipo. Pero hay también personas que trabajan en los hospitales y en otros centros de servicio, en fábricas que no detienen la producción, en panaderías y obradores, en medios de transporte y comunicación. Son los habitantes de la noche. Y hay personas que sufren a causa de la enfermedad, el insomnio, la soledad e incluso la violencia doméstica y callejera. La oscuridad redobla siempre el dolor.

En algunas ciudades hay iglesias abiertas durante toda la noche. El Santísimo está expuesto para la adoración. Son oasis de paz y luz en medio del caos nocturno. Podríamos decir que Jesús ejerce en ellas la pastoral de la compañía. No dice nada ni pide nada. Se ofrece como el amigo dispuesto a acoger a todos. Algunas personas se atreven a entrar. Quizá buscan solo un recinto tranquilo y un poco de sosiego, pero Jesús sabe cómo llegar a su corazón. Esta pastoral de la noche no entra en los planes pastorales de la mayoría de nuestras parroquias y comunidades, pero sería una forma concreta de llegar a muchas personas -sobre todo jóvenes- que han hecho de la noche de los fines de semana su reino particular.


Hay poca gente en el aeropuerto a esta hora. Comienza a amanecer. Hoy se espera en Madrid un pico de 27 grados por la tarde. Veo que en Wrocław la temperatura es también muy agradable, aunque se pronostican lluvias para los próximos días. He viajado muchas veces a Polonia desde el ya lejano 1997. He sido testigo de las grandes transformaciones del país. En los primeros años, era evidente la huella del comunismo. Todo tenía un aire un poco decadente. Ahora parece un país de la Europa occidental, aunque sin perder su fuerte identidad eslava. 

Me gusta hablar con la gente y escuchar la manera como interpretan los cambios. Hace años, tenían miedo a una excesiva occidentalización. Consideraban que Polonia podía ser una isla de fe en medio del secularizado mar europeo. Ahora están encantados con los muchos cambios que han tenido lugar en el país, aunque son muy conscientes de que en el proceso ha habido ganancias y pérdidas. No todo es de color de rosa. Tienen que aprender a vivir su robusta fe en circunstancias diferentes. Veremos qué me encuentro ahora.

viernes, 12 de abril de 2024

Hay hambre de orar


Echando un vistazo al periódico El Debate esta mañana, me he topado con una interesante entrevista al sacerdote Jacques Philippe, nacido en Francia en 1947. Pertenece a la Comunidad de las Bienaventuranzas, una familia eclesial surgida después del Vaticano II en el ámbito del movimiento de renovación carismática. Más allá de algunos problemas ligados a esta comunidad, Jacques Philippe está desarrollando una gran labor de animación espiritual a través de los retiros que predica en muchos lugares del mundo y de sus numerosas obras publicadas en varias lenguas. 

Consciente del momento difícil por el que atraviesa la Iglesia, reafirma su fe en la obra de Dios: “Tengo una profunda confianza en la fidelidad de Dios hacia la Iglesia, que no se funda solo en realidades humanas, sino en la roca que es Cristo”. Señala algunos puntos de luz que iluminan la noche por la que atravesamos: “Hay sed por rezar, hay deseo de adoración, veo mucho laico muy comprometido y con muchos deseos de participar en la misión de la Iglesia, con muchos deseos de anunciar el Evangelio”. 

Comparando la situación que se vivió en los años 70 del siglo pasado y la que se vive ahora, el análisis de Jacques Philippe es muy claro: “En aquellos años lo que faltó, sobre todo, fue oración. En los 70 se discutía mucho, pero se rezaba poco. Hoy, en las reuniones pastorales en las que participo siempre hay un hermoso momento de oración, hay una profundidad mayor de las que existían entonces. Esto se ve muy bien entre el clero. Hoy, en Francia y en España, la mayoría de los sacerdotes son hombres de oración. En los 70, conocí a muchos sacerdotes que no rezaban nunca. Así que los problemas son de naturaleza diferente”.


También yo creo que hoy vivimos una gran sed de oración. Por eso, es necesario aprovechar el Año de la Oración que comenzamos el pasado 21 de enero como preparación para el Gran Jubileo del 2025. El Dicasterio para la Evangelización ha publicado un subsidio titulado “Señor, enséñanos a orar” que puede ser muy útil para las comunidades parroquiales, familiares y juveniles. Os invito a hacer uso de él como una ayuda práctica para aprender a orar mejor en un contexto en el que, por una parte, deseamos orar y, por otra, no sabemos bien cómo hacerlo. 

Hablando del momento que vivimos, Jacques Philippe afirma: “Una de las mayores dificultades de hoy es el clima general de confusión, tanto en la Iglesia como en la sociedad. Vivimos en un mundo que está perdiendo la razón y vive en una mezcla de confusión y falta de racionalidad. Hemos podido verlo en Francia, que ha incluido el derecho al aborto en la Constitución. Y este clima de confusión también está en la Iglesia. Ante esto, tengo mucha esperanza porque veo la urgencia de muchas personas por rezar, por nutrirse del diálogo con Dios, del Magisterio y de la tradición de la Iglesia, y por buscar la verdad, precisamente para hacer frente a este mundo que pierde la razón”.


¿Qué podemos hacer para vivir este tiempo con lucidez y esperanza? ¡Ante todo, orar! Me parece que no es el momento de multiplicar los análisis y opiniones. Hay un hartazgo informativo y analítico. Lo que necesitamos es encontrarnos con hombres y mujeres que hayan desarrollado el sensus fidei para indicarnos lo que huele a Evangelio o no, para sostenernos en los momentos de prueba, para irradiar alegría. De un hombre o una mujer que se alimenta de la oración no hay peligro de espiritualismos, porque, si la oración es auténtica, Dios siempre nos remite a la realidad de sus hijos más frágiles y vulnerables. No hay mayor garantía de un compromiso social serio, fiable y sostenido que una vida de oración intensa. Eso es lo que hemos aprendido de las personas que han luchado por la justicia desde el Evangelio. Me vienen a la cabeza nombres bien conocidos. No es, pues, cuestión de ideología, sino de experiencia. 

Termino con unas palabras de Jacques Philippe que señalan el camino del futuro: “El Espíritu sopla ahí donde nos encontramos con gentes que buscan a Dios de forma sincera, que entran en una vida de oración, que forman comunidades, que se apoyan unos a otros. Y hoy se está dando un despertar de personas que buscan anclarse en la Iglesia para encontrarse con Dios. Llama mucho la atención que, en Francia, cada año crece el número de personas que piden el bautismo. Mucha gente busca una alternativa a nuestra sociedad, tan descompuesta y carente de sentido. La gente se pregunta por Dios, tiene interés en la vida espiritual. Y eso nos pone más fácil hablar de Cristo y del Evangelio, porque hay una mayor apertura y deseo”.



jueves, 11 de abril de 2024

Dignidad infinita


Hace tres días se hizo pública la declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe Dignitas Infinita sobre la dignidad humana. Es un documento largo (consta de 66 apartados), trabajosamente elaborado (se comenzó el 2019) y de lectura ardua (maneja conceptos filosóficos y teológicos que no son de uso común). Con esta breve presentación parece que estoy disuadiendo a los lectores del Rincón de hincarle el diente y, sin embargo, creo que su lectura es imprescindible para afrontar con criterios cristianos algunos problemas graves que estamos viviendo en la actualidad. 

Tras una introducción en la que se repasa el magisterio de los últimos papas sobre la cuestión de la dignidad humana, se hace una cuádruple distinción del concepto de dignidad: dignidad ontológica, dignidad moral, dignidad social y dignidad existencial.
  • La dignidad ontológica es “la que corresponde a la persona como tal por el mero hecho de existir y haber sido querida, creada y amada por Dios. Esta dignidad no puede ser nunca eliminada y permanece válida más allá de toda circunstancia en la que pueden encontrarse los individuos”.
  • La dignidad moral “se refiere al ejercicio de la libertad por parte de la criatura humana. Esta última, aunque dotada de conciencia, permanece siempre abierta a la posibilidad de actuar contra ella”.
  • La dignidad social se refiere “a las condiciones en las que vive una persona. En la pobreza extrema, por ejemplo, cuando no se dan las condiciones mínimas para que una persona viva de acuerdo con su dignidad ontológica, se dice que la vida de esa persona pobre es una vida “indigna””.
  • La dignidad existencial tiene que ver con situaciones ligadas a la existencia cotidiana: “por ejemplo, al caso de una persona que, aun no faltándole, aparentemente, nada de esencial para vivir, por diversas razones, le resulta difícil vivir con paz, con alegría y con esperanza”.


Tras estas precisiones, la declaración explica cómo hemos ido logrando a lo largo de la historia una conciencia progresiva de la dignidad de la persona humana (nn. 10-16). Presenta después a la Iglesia como la comunidad que anuncia, promueve y se hace garante de la dignidad humana (nn. 17-22). Aborda luego la dignidad como fundamento de los derechos y de los deberes humanos (nn. 32). 

Solo después de haber afrontado estas cuestiones de base, que recomiendo meditar con calma, la declaración ofrece criterios de discernimiento sobre algunas violaciones graves de la dignidad humana. Se refiere concretamente a las trece siguientes: 
  • el drama de la pobreza (nn. 36-37), 
  • la guerra (nn. 38-39), 
  • el trabajo de los emigrantes (n. 40), 
  • la trata de personas (nn. 41-42), 
  • los abusos sexuales (n. 43), 
  • las violencias contra las mujeres (nn. 44-46), 
  • el aborto (n. 47), 
  • la maternidad subrogada (nn. 48-50), 
  • la eutanasia y el suicidio asistido (nn. 51-52), 
  • el descarte de las personas con discapacidad (nn. 53-54), 
  • la teoría de género (nn. 55-59), 
  • el cambio de sexo (n. 60) 
  • la violencia digital (nn. 61-62). 


La Declaración se cierra con estas palabras: “También hoy, ante tantas violaciones de la dignidad humana, que amenazan gravemente el futuro de la humanidad, la Iglesia no cesa de alentar la promoción de la dignidad de toda persona humana, cualesquiera que sean sus cualidades físicas, psíquicas, culturales, sociales y religiosas. Lo hace con esperanza, segura de la fuerza que brota de Cristo resucitado, que ha llevado ya a su plenitud definitiva la dignidad integral de todo varón y de toda mujer”.

Aunque el documento no es de fácil lectura, nos ayuda a no dejarnos llevar solo por lo que aparece en los medios de comunicación social o por lo que algunas instituciones y grupos pretenden imponer a toda costa por motivos más ideológicos que humanitarios. 

Es evidente que esta Declaración va a dejar insatisfechas a muchas personas por distintos motivos. Algunas estarían dispuestas a aceptar lo que dice la Iglesia sobre la pobreza, la guerra, los emigrantes o la trata de personas, pero seguramente se oponen con vehemencia a su doctrina sobre el aborto, la eutanasia, la maternidad subrogada o la teoría de género. Otras, por el contrario, pueden cargar el acento sobre las últimas cuestiones pasando de puntillas sobre las primeras. Lo vemos a diario en el ambiente polarizado en el que se afrontan estos graves asuntos. No se trata de o/o, sino de y/y. 


Cuando hablamos de la dignidad de la persona humana hablamos de algo que se refiere a todas las situaciones desde el principio hasta el final de la vida. Es verdad que se trata de cuestiones complejas sobre las cuales seguimos investigando y profundizando con la ayuda de las ciencias, la filosofía y la teología, pero eso no significa que carezcamos de criterios éticos para afrontarlas, como si todo lo técnicamente posible fuera éticamente realizable de manera automática.

Con esta Declaración la Iglesia pagará el precio de la plausibilidad social en muchos contextos, pero se convierte en voz profética en momentos de confusión. Defiende siempre a los más débiles frente a quienes, con apariencia de bien, pretenden violar la dignidad infinita de todo ser humano.